Reflexión Evangelio 13 de marzo | Tercera Semana de Cuaresma – Sábado

REVISAR NUESTRA MANERA DE ORAR
Reflexión Evangelio 13 de marzo

Reflexión Evangelio 13 de marzo
Sábado 13 de marzo de 2021
Tercera Semana de Cuaresma


ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. Sal 94, 8)
R/. Honor y gloria a ti, Señor Jesús.

Hagámosle caso al Señor, que nos dice: «No endurezcan su corazón». R/.

EVANGELIO

Lucas 18, 9-14
El publicano regresó a su casa justificado, el fariseo no.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas

En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás: «Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano.

El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.

El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.

Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido». 
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

Con esta parábola, Jesús quiere enseñarnos cuál es la actitud correcta para rezar e invocar la misericordia del Padre; cómo se debe rezar; la actitud correcta para orar. (…) En definitiva, más que rezar, el fariseo se complace de la propia observancia de los preceptos. Pero sus actitudes y sus palabras están lejos del modo de obrar y de hablar de Dios, que ama a todos los hombres y no desprecia a los pecadores. Al contrario, ese fariseo desprecia a los pecadores, incluso cuando señala al otro que está allí. O sea, el fariseo, que se considera justo, descuida el mandamiento más importante: el amor a Dios y al prójimo.

No es suficiente, por lo tanto, preguntarnos cuánto rezamos, debemos preguntarnos también cómo rezamos, o mejor, cómo es nuestro corazón: es importante examinarlo para evaluar los pensamientos, los sentimientos, y extirpar arrogancia e hipocresía. Pero, pregunto: ¿se puede rezar con arrogancia? No. ¿Se puede rezar con hipocresía? No. Solamente debemos orar poniéndonos ante Dios así como somos. No como el fariseo que rezaba con arrogancia e hipocresía.

El valor de la humildad

Estamos todos atrapados por las prisas del ritmo cotidiano, a menudo dejándonos llevar por sensaciones, aturdidos, confusos. Es necesario aprender a encontrar de nuevo el camino hacia nuestro corazón, recuperar el valor de la intimidad y del silencio, porque es allí donde Dios nos encuentra y nos habla. Sólo a partir de allí podemos, a su vez, encontrarnos con los demás y hablar con ellos. El fariseo se puso en camino hacia el templo, está seguro de sí, pero no se da cuenta de haber extraviado el camino de su corazón.

Si Dios prefiere la humildad no es para degradarnos: la humildad es más bien la condición necesaria para ser levantados de nuevo por Él, y experimentar así la misericordia que viene a colmar nuestros vacíos. Si la oración del soberbio no llega al corazón de Dios, la humildad del mísero lo abre de par en par. Dios tiene una debilidad: la debilidad por los humildes. Ante un corazón humilde, Dios abre totalmente su corazón. (S.S. Papa Francisco. Audiencia General, 1ro de Junio de 2016.)


Fray Nelson Medina, O.P.
Reflexión Evangelio 13 de marzo
Cómo presentarnos ante Dios.
Necesitamos ser sinceros y humildes ante Dios evitando las verdades incompletas y creernos que somos mejores que los demás cayendo a la soberbia.
Para la reflexión personal

«La vanagloria fue la que los apartó de Dios; ella les hizo buscar otro teatro para sus luchas y los perdió. Porque, como se procura agradar a los espectadores que cada uno tiene, según son los espectadores, tales son los combates que se realizan» San Juan Crisóstomo, Hom. sobre San Mateo, 72, 1.

Oración

Señor Dios nuestro, tú mismo nos recuerdas a través de tus santos que todas nuestras prácticas religiosas, incluso el santo sacrificio eucarístico, no tienen ningún valor si los usamos para doblegarte a nuestro proyecto egoísta. Concédenos vivir la virtud de la humildad, para sabernos heridos espiritualmente y necesitados de tu misericordia para ser sanados interiormente. Que podamos acerquemos a ti con un corazón quebrado y arrepentido, listos y dispuestos a encontrarte con amor y volver a tu camino, dejando nuestros senderos de pecado. Amén.

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