Sábado de la Octava de Pascua | Reflexión al Evangelio – Ciclo A, B y C

EL ENCARGO MISIONERO
Sábado de la Octava de Pascua

Sábado de la Octava de Pascua
Reflexión al Evangelio 10 de abril de 2021
Ciclo A, B y C


ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. Sal 117, 24)
R/. Aleluya, aleluya.

Este es el día del triunfo del Señor, día de júbilo y de gozo. R/.

EVANGELIO

Marcos 16, 9-15
Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio.

Lectura del santo Evangelio según san Marcos

Habiendo resucitado al amanecer del primer día de la semana, Jesús se apareció primero a María Magdalena, de la que había arrojado siete demonios. Ella fue a llevar la noticia a los discípulos, los cuales estaban llorando, agobiados por la tristeza; pero cuando la oyeron decir que estaba vivo y que lo había visto, no le creyeron.

Después de esto, se apareció en otra forma a dos discípulos, que iban de camino hacia una aldea. También ellos fueron a anunciarlo a los demás; pero tampoco a ellos les creyeron.

Por último, se apareció Jesús a los Once, cuando estaban a la mesa, y les echó en cara su incredulidad y dureza de corazón, porque no les habían creído a los que lo habían visto resucitado. Jesús les dijo entonces: «Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura». 
Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

Los apóstoles no están muy dispuestos a creer fácilmente la gran noticia de la resurrección de Jesús. Parece como si el evangelista quisiera subrayar esta incredulidad. Primero es una mujer, María Magdalena, la que les anuncia su encuentro con el Resucitado. Y no le creen. Luego son los dos de Emaús, y tampoco a ellos les dan crédito. Finalmente se aparece Jesús a los once, y les echa en cara su incredulidad. 

La palabra final que les dirige es el envío misionero: «id al mundo entero y predicad el evangelio a toda la creación». También nosotros, los cristianos de hoy, hemos recibido el mismo encargo: predicad la buena noticia de Cristo Jesús por toda la tierra. Pudiera ser que también nosotros, en alguna etapa de nuestra vida, sintiéramos dificultades en nuestra propia fe. A todos nos puede pasar lo que a los apóstoles, que tuvieron que recorrer un camino de maduración desde la incredulidad del principio hasta la convicción que luego mostraron ante el Sanedrín. 

La valentía de Pedro y Juan

Ojalá tuviéramos la valentía de Pedro y Juan, y diéramos en todo momento testimonio vivencial de Cristo. Ojalá pudiéramos decir: «no podemos menos de contar lo que hemos visto y oído». Para eso hace falta que hayamos tenido la experiencia del encuentro con el Resucitado. Pero la dificultad mayor no viene de fuera, sino de dentro. Si un cristiano no siente dentro la llama de la fe y no está lleno de la Pascua, no habla, no da testimonio. Mientras que cuando uno tiene la convicción interior no puede dejar de comunicarla. El que tiene una buena noticia no se la puede quedar para sí mismo. 

Cada vez que celebramos la Eucaristía, después de haber escuchado la Palabra salvadora de Dios y haber recibido a Cristo mismo como alimento, tendríamos que salir a la vida – a nuestra familia, a nuestro trabajo, a nuestra comunidad religiosa- con esta actitud misionera y decidida: aunque, como a la Magdalena o a los de Emaús, no nos crean. No por eso debemos perder la esperanza ni dejar de intentar hacer creíble nuestro testimonio de palabra y de obra en el mundo de hoy. (José Aldazabal. Enséñame tus Caminos. El Tiempo Pascual Día tras Día. , Vol. 3, CPL, Barcelona, 1999)

Reflexión al Evangelio del sábado de la Octava de Pascua

Fray Nelson Medina, O.P.
Las manifestaciones del Resucitado nos envían.
No fue ningún poder humano quien nos envió, fue Cristo; y ningún poder por más arrogante, opresivo y violento que sea tiene la facultad de decirnos que no podemos evangelizar.
Para la reflexión personal

«Y, al final de su paso por la tierra, manda: id y enseñad. Quiere que su luz brille en la conducta y en las palabras de sus discípulos, en las tuyas también» San Josemaría Escrivá, Surco, n. 930

Oración

Señor, quiero fervientemente experimentar tu amor y tu presencia, a tal punto que, como los apóstoles, no pueda nunca parar de proclamar lo que he visto y oído, y que por ello los hombres te den gloria y alabanza, Dios nuestro. Ilumina, Señor, mi mente y mi corazón, para que me dé cuenta de con cuánta frecuencia obedezco en realidad más a los hombres que a ti, de lo contaminado que estoy por la mentalidad de este mundo, de la gran cantidad de seducciones de que soy víctima, de la gran cantidad de sirenas que me fascinan. Concédeme resucitar contigo, ahora, poco a poco, a una vida nueva y más hermosa, según sea tu voluntad. Amén.


Lectura Espiritual:
Hablar con Dios
Recuerda seguir nuestro curso de Apologética I
La División Religiosa: Tema #7

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