Miércoles Octava de Navidad | Reflexión 29 de diciembre – Ciclo A, B y C

LA ACTITUD EVANGÉLICA
Miércoles Octava de Navidad

Miércoles Octava de Navidad
Reflexión 29 de diciembre de 2021
Ciclo A, B y C

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. Lc 2, 32)
R/. Aleluya, aleluya.

Cristo es la luz que alumbra a las naciones y la gloria de tu pueblo, Israel. R/.

EVANGELIO

Lucas 2, 22-35
Cristo es la luz que alumbra a las naciones.

Lectura del santo Evangelio según san Lucas

Transcurrido el tiempo de la purificación de María, según la ley de Moisés, ella y José llevaron al niño a Jerusalén para presentado al Señor, de acuerdo con lo escrito en la ley: Todo primogénito varón será consagrado al Señor, y también para ofrecer, como dice la ley, un par de tórtolas o dos pichones.

Vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, varón justo y temeroso de Dios, que aguardaba el consuelo de Israel; en él moraba el Espíritu Santo, el cual le había revelado que no moriría sin haber visto antes al Mesías del Señor.

Movido por el Espíritu, fue al templo, y cuando José y María entraban con el niño Jesús para cumplir con lo prescrito por la ley, Simeón lo tomó en brazos y bendijo a Dios, diciendo: «Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel».

El padre y la madre del niño estaban admirados de semejantes palabras. Simeón los bendijo, y a María, la madre de Jesús, le anunció: «Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma». 
R/. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

La escena de la presentación de Jesús en el templo de Jerusalén sugiere el trasfondo teológico de este fragmento: la antigua alianza cede el puesto a la nueva, reconociendo en Jesús-Niño al Mesías doliente y al Salvador universal de los pueblos. El relato, ambientado en el templo, lugar de la presencia de Dios y de la revelación profética es rico en referencias bíblicas (ef. Mal 3; 2 Sm 6; Is 49,6) y consta de dos partes: la presentación de la escena (vv. 22-24) y la profecía de Simeón (vv. 25-35).

María y José, obedientes a la ley hebraica, entran en el templo como sencillos miembros pobres del pueblo de Dios para ofrecer su primogénito al Señor y para la purificación de la madre (ef. Ex 13,2-16; Lv 12,1-8). Confianza y abandono en Dios cualifican esta ofrenda de Jesús-Niño, anticipo de la verdadera ofrenda del Hijo al Padre que se cumplirá en el Calvario.

Pero el centro de la escena está constituido por la profecía de Simeón «hombre justo y piadoso de Dios, que esperaba el consuelo de Israel» (v. 25). Guiado por el Espíritu va al templo y, reconociendo en Jesús al Mesías esperado, estalla en un saludo festivo unido a una confesión de fe: las antiguas «promesas» se han cumplido; él ha visto al Salvador, gloria del pueblo de Israel, luz y salvación para todas las gentes; ahora su fin está marcado por el triunfo de la vida.

La actitud evangélica

Pero esta luz del Mesías tendrá el reflejo del dolor, porque Jesús será «signo de contradicción» (v. 34) y la misma Madre será implicada en el destino de sufrimiento del Hijo (v. 35).

Amar, según el ejemplo de Cristo, quiere decir darse, olvidarse de sí mismo, procurar el bien del otro hasta sacrificar los propios intereses, las propias ideas y la misma vida. La actitud evangélica que nos sitúa en la verdad es la de la entrega de nosotros mismos a Dios y a lo hermanos, es decir, la de la ofrenda que la familia de Nazaret ha practicado.

La existencia cristiana no es sólo don, gratuidad, servicio, intimidad de amistad, sino también un algo difuso que impregna el ambiente en que se vive: es amor que se da a todos con generosidad. El mandamiento del amor universal, llevado hasta el amor al enemigo (ef. Lc 6,27-36), para que pueda llegar a ser auténtico como Jesús nos ha enseñado, debe ser vivido primero en la comunidad de los hermanos en la fe.

El fundamento del amor

Para Juan, pues, el acento recae más sobre el fundamento del amor que sobre su universalidad. Juan, en efecto, lo pone en el misterio trinitario, y prefiere insistir en la vida de íntima comunión que une al Padre y al Hijo. Así pues, justamente esta razón nos hace comprender que el auténtico amor fraterno no se agota dentro de los confines de la comunidad cristiana, en la que cada discípulo vive, porque el amor fundado en el del Padre y vivido en plenitud entre los hermanos de fe es un elemento de dinamismo apostólico.

Cuanto más en profundidad se viven la fe y el amor, más atraídos se sienten todos a conocer el testimonio del verdadero discípulo de Jesús. Donde reina este amor mutuo los discípulos se convierten en signo histórico y concreto del Dios-amor en el mundo. (Lectio Divina. Giorgio Zevini Y Pier Giordan Cabra)

Reflexión Miércoles Octava de Navidad

Fray Nelson Medina, O.P.
Reflexión Miércoles Octava de Navidad.
De la indiferencia sale el odio.
La indiferencia es en el fondo un odio decente, porque estas dejando al otro sin lo que necesita; no caigas en esa trampa, lo nuestro es orar con amor, preocuparnos y servir.
Para la reflexión personal

«Un hombre o una sociedad que no reaccione ante las tribulaciones o las injusticias, y que no se esfuerce por aliviarlas, no son un hombre o una sociedad a la medida del amor del Corazón de Cristo. De otro modo, su cristianismo no será la Palabra y la Vida de Jesús: será un disfraz, un engaño de cara a Dios y de cara a los hombres». San Josemaría Escrivá, Es Cristo que pasa, 167.
Tomado de Hablar con Dios, meditación diaria.

Oración

Señor Jesús, te pedimos que te nos manifiestes también a nosotros, a pesar de nuestra pobreza e incapacidad para acoger el paso de tu Espíritu por nuestra vida, para que podamos reconocerte como «luz» para nosotros y para nuestros hermanos. También nosotros, como el anciano Simeón, queremos bendecirte por las promesas que has cumplido dándonos la salvación y por las muchas maravillas que has realizado entre nosotros. Que nuestro vivir sea una ofrenda generosa de cuanto somos al Padre, para que nuestra pobre humanidad renazca a una vida nueva. Amén.


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