Vigésimo Primer Domingo Tiempo Ordinario | Reflexión Evangelio 22 de agosto – Ciclo B

¿POR QUÉ ENTENDIÓ? PORQUE CREYÓ
Vigésimo Primer Domingo

Vigésimo Primer Domingo
Reflexión Evangelio 22 de agosto de 2021
Tiempo Ordinario – Ciclo B

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. Jn 6, 63.68)
R/. Aleluya, aleluya
.
Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. Tú tienes palabras de vida eterna. R/.

EVANGELIO

Juan 6, 55. 60-69
Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna

Lectura del santo Evangelio según san Juan

En aquel tiempo, Jesús dijo a los judíos: «Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida». Al oír sus palabras, muchos discípulos de Jesús dijeron: «Este modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?». Dándose cuenta Jesús de que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué sería si vieran al Hijo del hombre subir a donde estaba antes?

El Espíritu es quien da la vida; la carne para nada aprovecha. Las palabras que les he dicho son espíritu y vida, y a pesar de esto, algunos de ustedes no creen». (En efecto, Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo habría de traicionar). Después añadió: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede».

Desde entonces, muchos de sus discípulos se echaron para atrás y ya no querían andar con él. Entonces Jesús les dijo a los Doce: «¿También ustedes quieren dejarme?». Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios». 
R/. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

Los domingos pasados meditamos el discurso sobre el «pan de vida» que Jesús pronunció en la sinagoga de Cafarnaúm después de alimentar a miles de personas con cinco panes y dos peces. Hoy, el Evangelio nos presenta la reacción de los discípulos a ese discurso, una reacción que Cristo mismo, de manera consciente, provocó. Ante todo, el evangelista Juan —que se hallaba presente junto a los demás Apóstoles—, refiere que «desde entonces muchos de sus discípulos se echaron atrás y no volvieron a ir con él» (Jn 6, 66).

¿Por qué? Porque no creyeron en las palabras de Jesús, que decía: Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma mi carne y beba mi sangre vivirá para siempre (cf. Jn 6, 51.54); ciertamente, palabras en ese momento difícilmente aceptables, difícilmente comprensibles. Esta revelación —como he dicho— les resultaba incomprensible, porque la entendían en sentido material, mientras que en esas palabras se anunciaba el misterio pascual de Jesús, en el que él se entregaría por la salvación del mundo: la nueva presencia en la Sagrada Eucaristía.

Al ver que muchos de sus discípulos se iban, Jesús se dirigió a los Apóstoles diciendo: «¿También vosotros queréis marcharos?» (Jn 6, 67). Como en otros casos, es Pedro quien responde en nombre de los Doce: «Señor, ¿a quién iremos? —también nosotros podemos reflexionar: ¿a quién iremos?— Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros hemos creído y sabemos que tú eres el Santo de Dios» (Jn 6, 68-69).

¿Por qué entendió? Porque creyó.

Sobre este pasaje tenemos un bellísimo comentario de san Agustín, que dice, en una de sus predicaciones sobre el capítulo 6 de san Juan:

«¿Veis cómo Pedro, por gracia de Dios, por inspiración del Espíritu Santo, entendió? ¿Por qué entendió? Porque creyó. Tú tienes palabras de vida eterna. Tú nos das la vida eterna, ofreciéndonos tu cuerpo [resucitado] y tu sangre [a ti mismo]. Y nosotros hemos creído y conocido. No dice: hemos conocido y después creído, sino: hemos creído y después conocido. Hemos creído para poder conocer. En efecto, si hubiéramos querido conocer antes de creer, no hubiéramos sido capaces ni de conocer ni de creer. ¿Qué hemos creído y qué hemos conocido? Que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, es decir, que tú eres la vida eterna misma, y en la carne y en la sangre nos das lo que tú mismo eres» (Comentario al Evangelio de Juan, 27, 9). Así lo dijo san Agustín en una predicación a sus fieles.)

Judas se sentía traicionado

Por último, Jesús sabía que incluso entre los doce Apóstoles había uno que no creía: Judas. También Judas pudo haberse ido, como lo hicieron muchos discípulos; es más, tal vez tendría que haberse ido si hubiera sido honrado. En cambio, se quedó con Jesús. Se quedó no por fe, no por amor, sino con la secreta intención de vengarse del Maestro.

¿Por qué? Porque Judas se sentía traicionado por Jesús, y decidió que a su vez lo iba a traicionar. Judas era un zelote, y quería un Mesías triunfante, que guiase una revuelta contra los romanos. Jesús había defraudado esas expectativas. El problema es que Judas no se fue, y su culpa más grave fue la falsedad, que es la marca del diablo. Por eso Jesús dijo a los Doce: «Uno de vosotros es un diablo» (Jn 6, 70). Pidamos a la Virgen María que nos ayude a creer en Jesús, como san Pedro, y a ser siempre sinceros con él y con todos. (Papa Emérito Benedicto XVI. Ángelus. Domingo 26 de agosto de 2012)

Reflexión Vigésimo Primer Domingo

Fray Nelson Medina, O.P.
Reflexión Vigésimo Primer Domingo, Tiempo Ordinario, Ciclo B
Perseverar con Jesús.
En la medida que mi centro es el Señor Jesucristo empiezo a descubrir que en mi perseverancia junto a Él está mi más perfecta alegría.
Para la reflexión personal

Para muchos, desgraciadamente, la libertad significa seguir los impulsos o los instintos, dejarse llevar por las pasiones o por lo que les apetece en un momento dado. En realidad, estos hombres –¡tantos!– están olvidando que «la libertad es ciertamente un derecho humano irrenunciable y básico, pero que ella no se caracteriza por el poder de elegir el mal, sino por la posibilidad de hacer responsablemente el bien, reconocido y deseado como tal» (Juan Pablo II, Alocución 6-VI-1988.)
Tomado de Hablar con Dios, meditación diaria.

Oración

Padre Misericordioso, también nosotros, en cada Eucaristía, como nuevo Pueblo de Dios, nos sentimos unidos inseparablemente a ti y renovamos la Nueva Alianza en Jesucristo nuestro Señor, tu Hijo. Al igual que los discípulos en Cafarnaún, hoy decimos: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna». Hoy queremos reafirmar también nuestro seguimiento a Cristo, con mucho amor, confiados en su ayuda llena de misericordia; y con plena libertad le diremos: mi libertad para Ti. Concédenos la gracia de imitarar, a nuestra Madre, la que supo decir: He aquí la Esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra. Amén.

Vigésimo Primer Domingo


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