Miércoles después de Epifanía | Reflexión Evangelio 5 de Enero – Navidad

EL TEMOR «TEOFÁNICO»
Miércoles después de Epifanía

Reflexión Evangelio 5 de Enero de 2022
Miércoles después de Epifanía
Tiempo de Navidad


ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO (Cfr. 1 Tm 3, 16)
R/. Aleluya, aleluya.

Gloria a ti, Cristo Jesús, que has sido proclamado a las naciones. Gloria a ti, Cristo Jesús, que has sido anunciado al mundo. R/.

EVANGELIO

Marcos 6, 45-52
Lo vieron caminar sobre el agua.

Lectura del santo Evangelio según san Marcos

En aquel tiempo, después de la multiplicación de los panes, Jesús apremió a sus discípulos a que subieran a la barca y se dirigieran a Betsaida, mientras él despedía a la gente. Después de despedirlos, se retiró al monte a orar.

Entrada la noche, la barca estaba en medio del lago y Jesús, solo, en tierra. Viendo los trabajos con que avanzaban, pues el viento les era contrario, se dirigió a ellos caminando sobre el agua, poco antes del amanecer, y parecía que iba a pasar de largo.

Al verlo andar sobre el agua, ellos creyeron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban espantados. Pero él les habló enseguida y les dijo: «¡Ánimo! Soy yo; no teman».

Subió a la barca con ellos y se calmó el viento. Todos estaban llenos de espanto y es que no habían entendido el episodio de los panes, pues tenían la mente embotada. 
R/. Palabra del Señor. Gloria a ti, Señor Jesús.

Reflexión

[…] Jesús los tranquiliza: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!». Es un episodio, en el que los Padres de la Iglesia descubrieron una gran riqueza de significado. El mar simboliza la vida presente y la inestabilidad del mundo visible; la tempestad indica toda clase de tribulaciones y dificultades que oprimen al hombre. La barca, en cambio, representa a la Iglesia edificada sobre Cristo y guiada por los Apóstoles.

Jesús quiere educar a sus discípulos a soportar con valentía las adversidades de la vida, confiando en Dios, en Aquel que se reveló al profeta Elías en el monte Horeb en el «susurro de una brisa suave» (1 R 19, 12). El pasaje continúa con el gesto del apóstol Pedro, el cual, movido por un impulso de amor al Maestro, le pidió que le hiciera salir a su encuentro, caminando sobre las aguas. «Pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: “¡Señor, sálvame!”» (Mt 14, 30).

San Agustín, imaginando que se dirige al apóstol, comenta: el Señor «se inclinó y te tomó de la mano. Sólo con tus fuerzas no puedes levantarte. Aprieta la mano de Aquel que desciende hasta ti» (Enarr. in Ps. 95, 7: PL 36, 1233) y esto no lo dice sólo a Pedro, sino también a nosotros. Pedro camina sobre las aguas no por su propia fuerza, sino por la gracia divina, en la que cree; y cuando lo asalta la duda, cuando no fija su mirada en Jesús, sino que tiene miedo del viento, cuando no se fía plenamente de la palabra del Maestro, quiere decir que se está alejando interiormente de él y entonces corre el riesgo de hundirse en el mar de la vida.

Experimentar la lejanía y cercanía de Dios

Lo mismo nos sucede a nosotros: si sólo nos miramos a nosotros mismos, dependeremos de los vientos y no podremos ya pasar por las tempestades, por las aguas de la vida. El gran pensador Romano Guardini escribe que el Señor «siempre está cerca, pues se encuentra en la razón de nuestro ser. Sin embargo, debemos experimentar nuestra relación con Dios entre los polos de la lejanía y de la cercanía. La cercanía nos fortifica, la lejanía nos pone a prueba» (Accettare se stessi, Brescia 1992, p. 71).

Queridos amigos, la experiencia del profeta Elías, que oyó el paso de Dios, y las dudas de fe del apóstol Pedro nos hacen comprender que el Señor, antes aún de que lo busquemos y lo invoquemos, él mismo sale a nuestro encuentro, baja el cielo para tendernos la mano y llevarnos a su altura; sólo espera que nos fiemos totalmente de él, que tomemos realmente su mano.

El temor «teofánico»

Invoquemos a la Virgen María, modelo de abandono total en Dios, para que, en medio de tantas preocupaciones, problemas y dificultades que agitan el mar de nuestra vida, resuene en el corazón la palabra tranquilizadora de Jesús, que nos dice también a nosotros: «¡Ánimo, soy yo, no tengáis miedo!» y aumente nuestra fe en él. (Papa Emérito Benedicto XVI. Ángelus. Domingo 7 de agosto de 2011)

«El detalle curioso es que entonces los discípulos se asustaron de verdad: «estaban en el colmo del estupor», dice Marcos drásticamente. ¿Por qué? En todo caso, el miedo de los discípulos provocado inicialmente por la visión de un fantasma no aplaca todo su temor, sino que aumenta y llega a su culmen precisamente en el instante en que Jesús sube a la barca y el viento se calma repentinamente. Se trata, evidentemente, del típico temor «teofánico», el temor que invade al hombre cuando se ve ante la presencia directa de Dios.» (Santo Padre emérito Benedicto XVI Jesús de Nazaret, primer parte, p. 139)

Reflexión Miércoles después de Epifanía

Fray Nelson Medina, O.P.
Reflexión Miércoles después de Epifanía
Las señales del amor.
El amor verdadero debe tener rostro de cruz, debe estar ungido por el Espíritu Santo, trae una paz profunda porque no tiene que derribar la conciencia, enceguecer la razón y no se esconde del juicio de Dios y está sellado por la gratuidad del Espíritu y del sacrificio de Cristo.
Para la reflexión personal

Los Magos volvieron a encontrar la estrella que les indicaba dónde estaba el Señor porque siguieron los consejos y las indicaciones de quienes en aquellos momentos habían sido puestos por Dios para señalarles el camino. Con mucha frecuencia la fe se nos concreta en docilidad, en esa muestra de humildad que es dejarse ayudar en la dirección espiritual, por quien sabemos es el buen pastor para nosotros en concreto.
Tomado de Hablar con Dios, meditación diaria.

Oración

Padre santo, a ti, que eres la plenitud del amor, te agradecemos el don que nos has hecho de Jesús-Eucaristía, pan de vida partido para nosotros y alimento de nuestra vida espiritual, personal y comunitaria. A veces nos sentimos fatigados y cansados al recorrer este camino y hasta tenemos miedo de confiar en ti y de mirarte, como los discípulos en la barca, cuando un viento contrario dificulta nuestra marcha cotidiana. Jesús, estoy convencido de que quien cree en Ti, y te ama de verdad, jamás desconfía por más tribulaciones que padezca. Concédeme ese encuentro profundo, real, personal y comprometedor contigo, porque sé que a mayor fe, más felicidad. Ven a nuestro auxilio cuando estamos inquietos y sin esperanza, y devuélvenos el coraje de subirte a nuestra barca para caminar hacia ti con renovada confianza. Amén.


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